2 Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que
llama!: «¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que
mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche.»
3 - «Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? He lavado
mis pies, ¿cómo volver a mancharlos?»
4 ¡Mi amado metió la mano por la hendedura; y por él se
estremecieron mis entrañas.
5 Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra,
mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura.
6 Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido de largo. El alma se
me salió a su huida. Le busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió.
7 Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda en la ciudad.
Me golpearon, me hirieron, me quitaron de encima mi chal los guardias de
las murallas.
8 Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le
habéis de anunciar? Que enferma estoy de amor.
9 ¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las
mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures?
10 Mi amado es fúlgido y rubio, distinguido entre diez mil.
11 Su cabeza es oro, oro puro; sus guedejas, racimos de palmera,
negras como el cuervo.
12 Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en
leche, posadas junto a un estanque.